El cambio de la sociedad en 2016 y el nuevo feminismo separatista

En 2016 la sociedad vivió una transformación enorme. En mi trabajo como fotógrafo de eventos por primera vez comenzaron a negarme fotos cuando me acercaba para realizarles una con sus amigos de fiesta, empecé a recibir mensajes de haters por redes sociales, poco a poco los insultos y las burlas de jóvenes que no me conocían de nada se fueron convirtiendo en amenazas, tuve mi primer intento de robo con violencia en una discoteca… ¡Incluso me persiguieron hasta la puerta de mi casa navaja en mano! Pero lo que más me llamó la atención fue el surgimiento de una corriente “feminista” desconocida hasta entonces para mí.

Recuerdo perfectamente la noche que sucedió mi primer contacto con un surrealismo que aún a día de hoy sigo sin entender. Fue en febrero de 2016. Durante la semana fin de exámenes, en una de las discotecas donde más trabajaba montamos una fiesta universitaria en la que la locura era la protagonista. Desfase, alegría y buen rollo era lo que prevalecía entre jóvenes de 18 a 25 años. Y en cuanto a las fotos eran, sin duda, los más agradecidos hasta entonces.

Hacia las 3 de la mañana una estudiante de Magisterio que conocía me hizo un gesto para que fuera hacia su grupo de amigas a hacerles la foto correspondiente. A duras penas conseguí hacerme hueco entre la multitud y cuando llegué disparé a quienes posaron. A continuación, una de las chicas se me acercó con aires de superioridad para decirme algo así como “ya estarás contento con lo guapas que somos eh”. Yo sonreí porque de todos es sabido que ante comentarios así digas lo que digas puedes quedar mal.

Cuando me encontraba con una cuadrilla donde alguien era fotogénico lo normal era acercarse hacia esa persona y entablar una conversación para terminar proponiéndole hacerle una foto en solitario. Esto siempre subía el autoestima hasta las nubes y después se escuchaba algo del tipo “¡El fotógrafo se ha fijado en mí!”. Era habitual que me pidieran el número de teléfono y casi siempre terminábamos siguiendo en Facebook, hablando por WhatsApp y quedando para alguna sesión de fotos. En este caso no fue así.

Al dirigirme a la chica que en mi humilde opinión era muy fotogénica para sugerirle posar sola su reacción fue extrañamente desproporcionada. Comenzó a gritar “¿Pero tú qué te has creído, que soy tu marioneta? ¡Ya basta de que tú y machirulos como tú os aprovechéis de las mujeres! ¿Te crees más hombre por pedir fotos a chicas? Seguro que te harás pajas todas las noches al llegar a casa… ¡Me das asco! ¡No deberías estar vivo! ¡Machista de mierda!”.

Lo reconozco. No supe reaccionar y me quedé paralizado. Imagínate la situación. Yo, que durante los anteriores 10 años había pedido fotos individuales habitualmente los cientos de noches de fiesta que había trabajado como fotógrafo, de repente me encontré con alguien a quien no solo le molestaba sino que me insultaba gritando y provocando que la gente de alrededor mirara la escena.

Pensé que la muchacha estaba borracha, pero no. Me asusté realmente cuando sus amigas se unieron a la retahíla de improperios tratándome de salido, de putero y de machista. ¡A mí, que precisamente días antes había participado en un taller feminista! ¡A mí, que había estudiado la historia del feminismo en la literatura durante asignaturas optativas de la universidad! ¡A mí, que me consideraba tan feminista que me apuntaba a todos los cursos sobre feminismo que encontraba porque me parecía una injusticia lo que se vivía en otros países! ¡A mí, que había escrito decenas de páginas sobre feminismo e incluso había formado parte de la organización de manifestaciones! Increíble.

La frase que colmó mi paciencia fue “debería darte vergüenza traficar con el cuerpo de las mujeres”. Y al recriminarle por qué decía eso volvió a gritar y directamente vino una persona de seguridad para aconsejarme que me alejara para evitar problemas mayores.

Tal cual llegué a casa puse a investigar en internet por qué la chica podría haber soltado semejantes acusaciones. Puse en Google todas las palabras clave que se me ocurrieron para averiguar si existía en algún documento alguna relación entre fotografía y machismo y solamente encontré los típicos casos de acosos sexual provocados por cincuentones enfermos mentales en sesiones de fotos a modelos. Así que mi conclusión fue que la chica tendría alguna enfermedad mental y sus amigas, producto de los efectos del alcohol, se habían unido al creer que yo la había atacado de alguna extraña manera.

Lo que no sabía es que esa iba a ser la primera vez de miles que me enfrentaba a situaciones así. Apenas un mes más tarde comenzaron las amenazas por parte de novios que prohibían directamente que yo hiciera fotos a sus novias como si ellos fueran los amos de sus decisiones. En ocasiones estaba hablando con una chica y, de repente, se interponía el que decía ser su novio para separarnos, amenazarme con frases del tipo “déjala tranquila o te parto la cara” y ella se callaba completamente sumisa.

Las primeras veces que hablaba con chicas que me habían pedido el número para hacerles sesiones de fotos y respondían sus novios me resultó tan sumamente desagradable que durante meses creí estar volviéndome loco.

¿Cómo era posible que el novio de una chica cogiera su móvil para directamente insultarme y bloquearme en el WhatsApp y todas las redes sociales existentes? ¿Qué le importaba que su novia quisiera hacerse una sesión de fotos? ¿Por qué alguien que supuestamente te quiere ha de prohibirte hacer algo?

Lo peor fue cuando esto se traslado a mi trabajo. En pleno boom de eventos nocturnos con marcas de alcohol yo, como mánager de Tilllate España en Aragón, me afanaba por conseguir azafatas de imagen para las promociones. Ofrecía trabajo a todas las chicas que a mi parecer tenían posibilidades por el físico que desgraciadamente exigían las marcas (talla de pantalón 38 básicamente, luego cada comercial tenía sus manías en cuanto a corte de pelo, tatuajes, joyas, etc.). Y lo que jamás me hubiera podido imaginar es que ellas rechazaran entre 60 y 120 euros horas antes del inico de la fiesta porque a sus novios no les parecía bien que trabajaran repartiendo regalos en un bar.

Así se inició un bucle sin salida. Tan solo las azafatas que tenían una experiencia importante trabajaban en las fiestas que yo me ocupaba de coordinar. Mis esfuerzos por poponer trabajar de azafata de eventos a chicas que por algún motivo creía que podrían llegar lejos se convirtió en una ruleta rusa donde el 90% de veces ninguna quería quedar para hacerle la entrevista personal y contarle el funcionamiento de su labor. Lo peor es que del otro 10% casi todas exigían ir acompañadas con sus amigas.

Ahí fue cuando descubrí que era inútil no quedar a solas, porque para conocer a una persona en todo proceso de selección para un trabajo ante una pregunta típica de “qué harías si te encuentras en tal situación” la inseguridad al responder provocaba que la candidata mirara a su acompañante y su acompañante respondiera antes llevando a ésta a opinar lo mismo. Por tanto, sin saber la opinión propia y demostrando un pensamiento crítico prácticamente nulo era extremadamente arriesgado seleccionar a chicas que psicológicamente no estaban preparadas para desempeñar una labor de cara al público.

Y conforme han ido pasando los años la situación se ha visto agravada. Si hasta 2016 la totalidad de las chicas a las que proponía trabajar en promociones de marcas no dudaban en aceptar mi propuesta, a día de hoy tan solo un 30% aceptan informarse y ni siquiera el 2% acepta quedar para una entrevista de trabajo. Eso implica unas dificultades tremendas para lograr mantener una lista ya no de más de 200 chicas que estaban en activo en 2016 solo en Zaragoza, sino ni siquiera 4 o 5 que tristemente permanecen en el documento de Excel y que debido a su dilatada experiencia continúan trabajando por pura vocación.

En cuanto a hacer fotos la cosa no va mejor. Sobre todo con las nuevas generaciones, las chicas menores de 20 años, resulta complicadísimo generar una conexión porque si no se han acostumbrado a ver a un fotógrafo de eventos desde pequeñas tal cual me acerco huyen temerosas de que les pueda meter mano o incluso robar. Los ideales feministas separatistas les han inculcado que cualquier varón desconocido es malo y si a eso se le une la vergüenza y la inmadurez el cóctel es tremendamente triste a la par que alarmante.

Ojalá esto cambie algún día y sea antes de que me jubile porque se echa de menos todo por lo que me hice fotógrafo de fiestas.

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